jueves, 28 de julio de 2011

Premios a lo mejor de twitter 2011

Sí señores. Hagamos de nuevo los premios a lo mejor de twitter. Hagamos la versión 2011. El año pasado fue un trabajo muy arduo, pero satisfactorio. Aunque no estaba seguro, la conclusión después de pensar mucho si hacerlos de nuevo es que vale la pena, que es un proyecto interesante. También me han servido mucho los comentarios de algunos de ustedes al respecto. Sé que varios quieren involucrarse con el tema.

Por otro lado, alguien los va a hacer, no les quepa la menor duda. No es una idea novedosa, como varios han querido hacer ver. Premios se hacen en todo lado. Premios en twitter también y en varios países. Bueno, quizás hemos sido uno de los países en que el proyecto ha sido más ambicioso, eso no lo voy a negar. El año pasado logramos muchas cosas que veíamos lejanas, como el apoyo de grandes marcas, toque de bandas y artistas importantes, etc.

En ese orden de ideas, prefiero que los hagamos nosotros mismos. Entre todos. Invito a los twitteros (y no twitteros) que quieran colaborar con el proyecto a que se unan y soñemos hasta dónde podemos llegar.

Hace cerca de un mes publiqué un tweet y gratamente recibí respuesta y apoyo de muchas personas, que listo a continuación:


A todos ellos les agradezco enormemente el interés.

Por eso los invito (a ellos y a todos los que se quieran sumar) a que nos reunamos el próximo domingo 31 de Julio en el OMA del parque de la 93 en Bogotá a las 3 de la tarde. Sé que no todos los que quieren ayudar están en Bogotá, pero es sólo una reunión inicial, para compartir ideas y pensar en nuestras opciones. Al final aquí mismo en el blog les estaré contando todo lo que hablamos. Espero que eso sea una constante: contar todo lo que va pasando, los logros, los tropiezos, las alegrías y malos ratos. El año pasado no conté nada y creo que hizo falta.

Hagamos unos premios de los twitteros para los twitteros. Como debe ser. Todas las ideas son recibidas, grandes, chiquitas, gordas y flacas. Allá nos vemos.

viernes, 22 de julio de 2011

La fina estampa

En pasados post les contaba de cosas que nos pasaron a mis compañeros y a mí en un viaje a Kansas por trabajo. Les contaba de unas habichuelas y también de taxis. Ahora les voy a hablar de comida.

En la primera tarde de trabajo, la gente donde el cliente nos invitó a una cena entre ambas empresas, para fortalecer relaciones. Gente muy bacanal y divertida. Todo era risas y chascarrillos -imagínense a un gringo diciendo "chascarrillo"-. Cuando ordenamos y nos llevaron los cubiertos, no sabía qué hacer con los tres tenedores. Casi tomo uno en cada mano y con el otro me pongo a batir el cuncho del jugo. Ni hablar del pocotón de cucharitas.

Saliendo una tarde del trabajo, mis compañeros y yo estábamos listicos para irnos al hotel, pero nuestros amigos gringos nos dijeron "oigannnn, vamos a comer por ahí, ¿no?". Nos miramos... y dijimos "Bueeeeenoooo, vamosssss". Que no se diga que somos rogados. Hay que dejar el nombre de la patria en alto. Y pues… muy rico comer algo diferente y no la típica McDonalds.

Arrancamos para un restaurante de comida de mar. Yo la verdad pocón de eso, no la disfruto mucho. No soy de los que limpian espinas y sacan ojos de róbalo. Para mí los peces son amigos, no comida. Sin embargo allá fuimos a dar, tampoco me iba a poner de exigente -además hay que dejar el nombre de la patria en alto-. De entrada pedimos ostras de todo tipo. Ostricas, ostrotas, ostiones, de todo. Las bebidas eran cerveza para los colombianos y unas cositas más para los otros. El caso es que al final la cuenta salió por más de 300 dólares. A mí me iba dando la palideishon, y ya me hallaba lavando loza y cuidando viejitas gringas para poder devolverme a la patria, pero afortunadamente los anfitriones dijeron que eso lo pagaba la empresa. Menos mal. Me volvió el alma al cuerpeishon. 

Lo peor no fue eso. Todo iba divinamente, hasta que llegamos al hotel al muy buen rato, después de darnos una vuelta turística. Acababa yo de cerrar la puerta de la habitación cuando sentí un dolor ciego en el estómago. Yo creo que era ciego porque sentí como si me hubieran pegado palazos en el vientre. Para resumir y no dar muchos detalles, me intoxiqué, pasé una noche terrible, devolví hasta el FUA. La buena noticia es que al otro día amanecí bien.

En definitiva, la mejor comida que tuvimos fue en un restaurante súper sencillo, que nos encontramos en Downtown, caminandito y como quien no quiere la cosa, en el que vendían hamburguesas. Cero finura. Es que uno es bien de pueblo. Nada qué hacer.

domingo, 17 de julio de 2011

Mr cab driver

Les contaba la vez pasada sobre las "habichuelas". Siempre en los viajes pasa algo. Paseo sin chasco no es paseo, no tiene gracia. Si cuando vuelves a tu casa no te ha pasado nada, golpea un policía, rompe un vidrio, hazle zancadilla al tío pachanguero -todos tenemos un tío juvenil que se cree de la edad de los sobrinos y baila con ellos-. La vida está hecha de recuerdos, si no tienes uno bueno cada día, ¿qué esperas?

Aparte yo he tenido siempre problemas con los taxistas (también algo en "Se le murió la madrecita")  No sólo en Bogotá, sino en Medellín, Alemania (donde me sentí secuestrable) y ahora Kansas. Me odian, viene en los genes taxísticos. Pero ya vamos para allá. 

Estábamos de viaje por trabajo con dos compañeros en Estados Unidos. Cuando llegamos al hotel salió un negro grandísimo y le dijo en inglés a uno de mis amigos "¿le ayudo con la maleta?", -"Bueno gracias", respondió inocente y tímidamente mi amigo. Las maletas no pesaban un carajo, el señor este movió las maletas 3 metros (ni siquiera las llevó hasta el lobby), acto seguido le estira la mano (gigantesca) pidiéndole la propina. ¿Quién le dice que no? Todo el viaje mi amigo estuvo huyéndole al mastodonte aquel por miedo a que le cobre por mirarlo.

En la tarde salimos de shopping, paramos un taxi saliendo del hotel y mi amigo se ofreció a pagar -el mismo del gorilón de las maletas-. El taxi arrancó, hizo la U más adelante y justo en el lugar en el que arrancamos ya llevaba 5 dólares el taxímetro. Osea, el cruce de calle más caro que me ha tocado. El karma con los taxistas nos sigue por todo lado. Aún no me he ido y ya me han pasado varias cosas, como el que no sabía dónde quedaba el destino. Cuando le dije a dónde íbamos me miró con cara de africano en Estados Unidos. De hecho era de Somalia. Nos tocaron también de Namibia (se llamaba Getahun) y Suráfrica (el señor don Tewolde). En Kansas el sector transporte público está dominado por África, yo creo que se traen algo entre manos, pero no lo sostengo. Los africanos tienen manos grandes y yo no. 

Bueno, volvamos al segundo taxista del cuento: El somalí este buscó (sin mentirles) como 7 veces en el GPS. No tenía ni idea. ¿Kansas City? me preguntó. Casi le digo "No pendejeishon, Johannesburgo". Le dije que por qué no buscaba el hotel por nombre y no dirección. Pero nada. Llamó a un amigo y la conversación era en somalí (supongo, porque inglés no era) algo como "bla bla bla hotel bla bla, Columbia bla bla, aveniu bla bla… aja… aja… ¿bla bla? aja…". ¿Se han dado cuenta que para los que viven en USA Colombia es Columbia? Yo siempre les digo "Bogotá, Colombia, south america" para evitar confusiones.

Finalmente el señor Tugu (así se llamaba) encontró la dichosa dirección. Nos miró como si hubiese encontrado la fuente de la eterna juventud. Se veía igualito a Leider Calimenio celebrando un gol en clásico bogotano.

Por fin salimos… nos llevó y, bendito sea Dios, llegamos sanos, salvos y sin mayor problema, nada más que calor. No sé qué se traen los taxistas, pero me late que son una logia muy antigua tipo masón y tienen dominado el mundo. Y ninguno de nosotros se da por enterado. Deberíamos preguntarle a cada taxista qué piensa hacer el 21 de diciembre del 2012. Seguro sus respuestas serán similares. Apostemos.

El de cierre: cuando llegamos al aeropuerto desde el hotel nos bajamos como cualquier parroquiano, pagamos lo que decía el taxímetro, como cualquier parroquiano. Bajamos las maletas y todo bien, hasta que vimos que el taxista -africano- nos estaba mirando rayado -como si fuera japonés-. Al preguntarle nos dijo "tienen un recargo de 3 dólares hasta el aeropuerto", como cualquier taxista. Conchudo.

martes, 5 de julio de 2011

Ricas las habichuelas

Para empezar, fue un vuelo con un par de compañeros de la oficina. No los conozco hace mucho de manera que la confianza hasta ahora se está construyendo. No hicimos web-checkin, estábamos sujetos a las sillas que nos asignaran en el aeropuerto.

Mis dos compañeros se presentaron primero y quedaron juntos: "37F y E" me dijeron emocionados, como si Santafé hubiese quedado campeón luego de 4 décadas de abstinencia. Cuando pasé, el caballero que me atendió me preguntó "¿quiere quedar con sus compañeros?", sí, dije sin titubear. Los tres quedamos en el mismo grupo de sillas, pero resultó ser la última fila, la que queda junto al baño, junto a la "sala de reunión" de las azafatas y a la turbina del avión. Atrasito. O la de los músicos, que llaman.

Las sillas ubicadas en la última fila -al menos en este tipo de avión- no se pueden reclinar. Por ahí ya jodidos. Era como tratar de dormir siendo guardia presidencial junto al Palacio de Nariño, en el centro de Bogotá. No es imposible -tengo compañeros que lo hicieron mientras prestamos servicio- pero se requiere de un nivel de práctica y sueño que nunca alcancé.

Todo el vuelo fue por un lado escuchando la turbina y por el otro a las señoritas asistentes de vuelo. Ni el cansancio logró que me quedara dormido. Normalmente me duermo viendo una película, lamentablemente no nos tocó un vuelo con el servicio así que estábamos a merced de nuestra imaginación.

Para completar, yo estaba junto al pasillo y cada vez que alguien pasaba al baño tenía que tropezarse con mi pié o mi codo. Además que quienes van al baño en los aviones por lo general no son flacos y si lo son, van apurados y pensando "me hice, carajo, me hiceeee". Eso por el lado izquierdo. Por el lado derecho mi compañero de silla no paró de moverse supongo que porque estaba incómodo, no lo culpo. Lo curioso es que al final del vuelo me pregunta: "¿pudo dormir?". En fin.

Eso sí, el hotel es una maravilla. Mucho lujo, de ese al que todos aspiramos pero pocos estamos acostumbrados. Poco faltó para que la ducha me dijera "good morning Mr Gamboa. Hot water or cold water?". Me tocó una cama inmensa en la que no sólo me hundí y dormí plácidamente sino que me recordó lo rico que es compartir esas camas. Bueno, algún día será. El hotel… divinamente, inmejorable.

Dado que en la segunda escala del vuelo no nos dieron desayuno, llegamos con un hambre brutal. Nos registramos en el hotel, ducha, y salimos a buscar almuerzo. Aquí las cuadras son inmensas. Ir "a donde el vecino" es pegarse una caminada monumental. Aparte por ser verano, yendo al restaurante quedé como una uva pasa. Sí, también por lo negro.

Recorrimos el downtown y encontramos varios restaurantes. Finalmente nos decidimos por uno de pizza. Realmente la pizza a mí no me parece como para un almuerzo, así que pedí un sandwich grande, Chicago Style, según decía. Mis amigos finalmente se decidieron por lo mismo.  Entre charla y risas, un amigo nos contó cómo en España para desayunar pidió el típico tinto mañanero, de ese que nos tomamos los colombianos con tanto gusto. Aunque el mesero dudó y le preguntó si estaba seguro, mi amigo le confirmó y finalmente le trajo una botellota de vino tinto que costaba 25 euros. Con emoción y valentía dijo "eso no me vuelve a pasar". Al rato llega la mesera con sendos trozos de pan, rellenos de roastbeef, habichuelas y zanahoria. Osea, como la ensalada que hace la abuelita, pero sin mayonesa y con un pan grandote para completar. Brutal. 

Uno de mis amigos era el que tenía más hambre y mandó el primer mordisco sin reparar en lo caliente del plato. Todo normal hasta que mi amigo empezó a soltar lágrimas. Alcancé a pensar que estaba feliz por semejante manjar, o porque era su primer almuerzo en tierras norteñas. O quizás recordó que destituyeron a Moreno de la alcaldía. Cuando yo iba a pegarle el mordisco al mío me agarró la mano y entre sollozos me balbuceó carraspeando: "no son habichuelas, son jalapeños".

Media hora después cuando por fin pudimos parar de reírnos (dos) y de llorar (el tercero), confirmamos que no podríamos comernos esos sandwich, ni por los laditos, ni el pan sólo. No bastaba con quitarle los jalapeños: tooodo estaba picante. Al final terminamos comprando una pizza lo más neutra y simple posible. Un remedo de pizza hawaiana. Eso sí, estaba muy rica, al menos no picaba. La buena noticia es que tuve que tomarme 3 cervezas heladas para pasar el sabor. Digo, cualquier excusa es buena.

Ellos ya siguen a la marmota

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